miércoles, 6 de junio de 2012

La guerra y la paz: el regreso

Y sucedió. Finalmente, después de más de tres meses, la terminé. Estaba volviendo a Nueva York de las vacaciones de Navidad en Uruguay: en vez de en la playa y con el sol en la cara terminé la novela desmayada del aburrimiento en un vuelo demorado, mientras el avión daba vueltas sobre Nueva Jersey esperando permiso para aterrizar. Y enojadísima con Tolstoi. ¿Cómo pudiste hacerme esto, León? ¿Si sabés que no puedo dejar páginas sin leer? Al señor se le antojó agregar una especie de apéndice de miles de (bueno, más o menos cien) páginas con reflexiones eternas sobre la historia, la fatalidad, Napoleón y la mar en coche. Y María Mártir se las leyó toditas, vichando cada tanto cuánto faltaba, sin retener mucho y pensando en qué carajo leer cuando se terminara.

Es bastante triste admitir que me acuerdo de pocos detalles de la novela. Hubo, sin embargo, una parte que me impresionó mucho: casi al final Pierre anda vagabundeando por una Moscú desolada, destruida por las tropas de Napoleón, y de repente entiende en qué consiste el horror de la guerra. No está en los muertos, ni en los saqueos, ni en la destrucción: está en las caras de incomodidad (no de lástima, no de asco) de los soldados que disparan en los fusilamientos, la mayoría totalmente arbitrarios. Tolstoi cuenta cómo quieren liquidar rápido el trámite (en el sentido más burocrático posible) y lo absurdo de la situación transmite algo muy fuerte.

Con respecto a la parte del culebrón, me encantó que las historias de amor no terminaran en donde estamos acostumbrados (casamiento, procreación múltiple, perdices): hay un capítulo entero en el que podemos chusmetear la intimidad de estas familias varios años después. La novela muestra una cotidianidad muy reconfortante (con alguna puerta abierta, pero no mucho), sobre todo para los lectores que generalmente tenemos que apañárnoslas con un par de párrafos de felicidad resumida.

Posdata: Mi abuela se enfermó cuando yo estaba terminando la novela. Mi abuela, la que le decía Leningrado a San Petersburgo. La que conoció a Rusia por el acento de sus padres, que le provocaba muchísima vergüenza cuando era chiquita [los tres están en la foto]. Mi abuela Ana, que me habló de amor en nuestra última conversación.

4 comentarios:

  1. Che, otra cosa... ayer terminé "Sea of poppies" y me acordé mucho de vos.

    ResponderEliminar
  2. Parece que ya salió el segundo tomo, voy a ver si lo consigo.

    ResponderEliminar
  3. Y tenés que pasarme recomendaciones. Acordate de que yo obedezco.

    ResponderEliminar