domingo, 26 de septiembre de 2010

Érase una vez Ernesto


Cada vez que viajo trato de traerme todos los libros que puedo, porque son mucho más baratos que en Uruguay y porque puedo conseguir cosas en inglés y en francés. Esta vez estoy bastante cargada. Cuando llegué me compré dos en el aeropuerto (un policial de Fred Vargas y otro de Amélie Nothomb) y cubrí la cuota permitida por mi valija. Hasta que me encontré con una edición de bolsillo de la Historia del arte de Gombrich a 15 euros.

Hace años mi prima Male me habló del libro por primera vez y hace bastante que le tengo ganas. Male se lo compró sin conocerlo por una nota que leyó un domingo en el diario a propósitio de una reedición. Ahí citaban la introducción, en la que Gombrich dice que no le interesa hablar con palabras difíciles para legitimar su erudición y que se propone escribir una historia del arte didáctica y simple. Ya desde ahí me cayó simpático el ejercicio. Y aunque tengo la sensación de que estoy actuando como una señora paqueta tratando de comprarse un poco de cultura, me da pila de ganas de que alguien me cuente este cuentito antes de irme a dormir.

Me da ternurita esta visión del arte un poco políticamente incorrecta y relativista cultural. El libro fue escrito en los sesenta y se nota. Gombrich se toma el trabajo de explicar que no todo tiene que ser "lindo" y llena de comillas la palabra "primitivo". Me molestó un poco, justamente, que en la primera parte intentara explicar la función mágica del arte con ejemplos medio bobotes sin hacer alusión al primitivismo de las religiones contemporáneas. Por ahora voy por Grecia y se lee como una novela.