"La elegancia del erizo" fue el tercer libro de mi vida adulta que leí sin ninguna recomendación. Me lo mandó de regalo una profesora de un liceo en el que había trabajado en Francia y quedó ahí, en la biblioteca, juntando polvo por más de un año. Mis dos experiencias previas habían sido un desastre: una novela malísima de una uruguaya pseudoaristócrata que me pasó una amiga y un policial que me compré en un aeropuerto con un tono condescendiente insufrible. No tengo ni idea de por qué decidí jugármela por tercera vez (pero qué agallas, señores).
Leer esta novela sobre una portera autodidacta de un edificio de ricachones de París fue una sorpresa linda. No podía parar de leerla y la muy guacha me hacía llorar todo el tiempo. Me conectó con una parte de mi vida que tenía (bah, todavía tengo) bastante olvidada. Tiene que ver con la búsqueda de una sensibilidad artística e intelectual que, en mi caso, se dio entre los 16 y los 20 años. No sé, suena bastante pelotudo ahora que lo escribo, pero el libro me hizo volver a los 16, cuando aprendí casi todo lo que sé de pintura (que no es mucho, pero es lo que aprendí) vichando ediciones de Taschen en las librerías. O a los 18, cuando leí a Cortázar y me dio vuelta la cabeza lo de la cucharita que esconde miles de universos que nos negamos a aceptar.
El libro habla del encuentro de la portera arisca y una nena de doce años que planea suicidarse (la hija menor de una de las familias del edificio). Lo que tienen en común, además de la soledad, es esta sensibilidad especial que se manifiesta en un libro, una sinfonía o un momento cotidiano que, a la manera de la cucharita de Cortázar, sacude un poco la monotonía y habilita formas nuevas de percepción.
"La elegancia del erizo", como yo cuando tenía 19, es bastante pretenciosa. Falla en varios momentos y está llena de estereotipos. Pero todos estos problemas hacen que la novela sea más humana, más parecida a nosotros. Y que valga la pena leerla.
¡Pero qué casualidad! Ayer hablamos de ese libro con una amiga que me lo recomendó muchísimo. Lo tengo separado para empezar a leerlo, junto con otros cinco. Me lo habían regalado en mi cumpleaños y me estaba esperando entre los pendientes. Cuando termine el de la irlandesa Maggie O'Farrell lo empiezo.
ResponderEliminarEstoy dejando descansar a El sueño del celta. Llegué a la mitad y me pudre bastante. Pero lo voy a terminar a prepo y ya les contaré.
ElsaKito
Elsa, ¡te lo regalé yo! Leelo y contanos.
ResponderEliminar¿La uruguaya pseudoaristócrata tiene iniciales M.V. o C.P.?
ResponderEliminarA la primera no me la fumo, me prestaron un libro y lo leí permanentemente diciendo: "naaa, no podés", parecía una novela de Corín Tellado.
Mercedes Vigil es una uruguaya que escribe muy mal, con errores de sintaxis y hasta de ortografía. Es un castigo leerla, pero vende muchos libros. ¡Así estamos! ElsaKito
ResponderEliminarLa que yo digo se llama Ginette Ortega. Es lo peor del universo. Y la muy desgraciada sigue publicando. Es una ricachona infumable que tiene empleada con uniforme.
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